Pude haber sido gurriato pues me engendraron en El Escorial en la primavera del 37. Pero me nacieron en Madrid un 20 de abril de 1938 en plena guerra incivil. Un año más tarde mi padre quien ejercía como médico militar fue a dar con sus huesos en el campo de concentración de Arévalo. Allí escribió este poema dedicado a su hermano Ángel y a su recién nacido hijo, el que suscribe. Mi tío Ángel, licenciado en Bellas Artes y pintor de Abanicos en el taller de mi Abuelo, había sido ejecutado el 2 de Agosto de 1937, por no aceptar las órdenes suicidas del Campesino.
Yo no conocí, hasta mayo de 2020, las veleidades poéticas de mi padre…las teatrales, si. De hecho, mi primer contacto con la escena ocurrió en una función de cabaret en la Sala Calatrava de Madrid. A la cual asistimos en familia en compañía del maestro Marquina. Yo tendría 5 años y empecé a imitar al Chato Guillén, caricato de cierta reputación en aquel incipiente estado franquista. El Chato me subió al escenario y terminamos juntos la función. Los pinitos de cómico siguieron en el bachillerato, en el colegio salesiano de San Miguel Arcángel. Ahí interpreté un protagonista en el juguete cómico Parada y Fonda del eximio Dr. Vital Aza. Y continuaron en la mili donde, por insistencia del capellán, monté un grupillo de teatro y me estrené como dramaturgo y director de escena con Proceso a Jesús de Diego Fabri y La otra orilla de López Rubio.
Era el repelente niño Vicente de los dos colegios que frecuenté. A propósito, empezaron a castrarme los reverendos padres calasancios, completando luego tan cristiana labor los no menos reverendos padres salesianos (1948–55). Y en contra de lo esperado obtuve un Sobresaliente con Matrícula de Honor en el examen de Grado Superior, para mayor honra de la familia. La voluntad paterna me veía ejerciendo como neuro-cirujano, así que estudié un año de medicina, pero viendo que la sangre no es lo mío, me decidí por Ciencias Políticas en la Complutense de Madrid. Salí Licenciado en el 59 con Sobresaliente y Premio Extraordinario de Fin de carrera. Por lo que, mientras seguía los Cursos de Doctorado en Ciencias Políticas (1961-62) el Ilustrísimo Don Luis Diez del Corral me integró en su plantilla como Profesor Ayudante (1961-68 y 1970-74) y Encargado de Curso (1968-70) en la Cátedra de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas. Así como en la Cátedra de Fundamentos de Filosofía, dirigida por don Paulino Garagorri. Ahí entre 1967 y 69 fui Profesor del seminario “Teoría del Teatro”. Mi carrera se perfilaba claramente, para Díez del Corral, dentro del magisterio. Pero como aún coleaba Don Francisco y mi espíritu había optado por el camino libertario, me decidí a trocar el bicornio por el gorro de cascabeles, al tiempo que ejercía las funciones de abnegado P.N.N. en el viejo caserón de San Bernardo. De modo que para mí, el teatro más que una vocación fue un resentimiento: no quería convertirme en un funcionario pedagógico del franquismo.
Fundé Goliardos en 1964, y con ellos recorrí España de cabo a rabo a bordo de una furgoneta de reparto, versión secularizada del legendario Carro de Tespis. Arrabal, Mrozek, Unamuno, Lope de Rueda y Brecht, entre otros, sufrieron las consecuencias. De aquella época, el Juan de Buenalma y La boda de los pequeños burgueses hicieron la delicia de los espectadores, según las reseñas de las revistas del corazón. Aprendí pues lo poco que sé encaramado al carro de cómicos ambulantes: de Belgrado a Nueva York, pasando por Venta de Baños.
Tras el fallecimiento de GOLIARDOS – apenas dos años antes que el General-, se me cayó de las manos el ideal colectivista, y decidí vivir por mi cuenta y riesgo. Me incorporé a la jungla del mercado teatral, montando espectáculos más o menos discutibles donde estuvieran dispuestos a financiármelos. Primero di un pequeño salto a Portugal, el país vecino: A punto estuve de tener que salir por la puerta de servicio, pero llegó la Revolución de los Claveles, y con ella el hambre y la sonrisa. En Oporto monté La casa de Bernarda Alba, en Lisboa La noche de los asesinos.
Volví a España cuando nuestro primer astronauta, el Almirante, fue colocado en órbita. Poco después nos dejaba el abuelo sumidos en un mar de confusiones democráticas. Con la desaparición de los dictadores, empecé a aburrirme… ¡el hombre es un animal de costumbres! Hice un pinito de los llamados comerciales con la misma Bernarda que fraguase en Portugal, y al constatar, horrorizado, que ya era un europeo de primera clase, decidí hacerme las Américas, tras las huellas de la Guerrero y la Xirgú. Allá me trataron francamente mal, y a trancas y barrancas conseguí estrenar, en Colombia, una enloquecida Celestina con la Compañía Nacional, y esa filigrana de Valle-Inclán que es Ligazón. Acabamos como el rosario de la aurora, y al final volví, con el rabo entre piernas, a arrojarme en los brazos de la Madre Patria.
Decían que habían cambiado las cosas. De hecho, a principios del 80 estrené un artículo de lencería en el Centro Dramático Nacional: Las Bragas, coña alemana antiburguesa con regusto a vodevil, original del banquero Carl Sternheim. Así como una comedia en tono de vodevil, No hay burlas con Calderón, y prefiero olvidar una demencia primaveral con Moncho Alpuente que dio en llamarse La Reina del Nilo. Cayeron también unas cuantas reposiciones, y un sinfín de cursos, cursillos, cursetes, seminarios, mesas redondas, mesas cuadradas, congresos y conferencias. También muchísimas horas de pasillo en los centros oficiales, mendigando el dinero necesario para sacar adelante algún espectáculo que nunca vería la luz. Fueron estos tiempos de desilusión, imputable sin duda a la falta de un proyecto cultural coherente por parte de los advenedizos socialistas de salón que nos cayeron en suerte.
Al año siguiente me llamaron los Ditirambo: ¿hacemos algo? Ellos me propusieron el Fausto, pero yo tenía clavada la espinita de La Celestina y, después de todo, no eran temas tan distantes. Llegamos a un acuerdo, se fundó TEATRO DEL AIRE, otro intento de grupo estable desaparecido por falta de oxigeno. Nos enredamos bastante, pero acabé de desarrollar mi lectura de La Celestina a lo largo de tres duras temporadas (176 funciones). Aunque Madrid permaneciese cerrado a cal y canto, absolutamente sordo a nuestro asedio. ¡Ni que fuéramos de Regulares!
Ante tan cruda perspectiva, echamos el cierre en el verano del 83, y yo me fui a Polonia, invitado por el Teatro Jaracza de Lodz. Entre aromas de postguerra y patriotismo antimarxista, monté Las criadas, y luego me volví a casa. Apenas tuve tiempo para reponerme de la impresión. A los siete días el Círculo de Bellas Artes nos ofrecía la posibilidad de presentar La Celestina en Madrid.
Rayando los 90, me lié la manta a la cabeza, e intenté resucitar GOLIARDOS, esta vez bajo la redundante etiqueta de Sociedad Limitada. De esta experiencia, muchísimo papeleo legalista -miseria envuelta en celofán-, y apenas cuatro espectáculos, armados sobre textos de Sartre, Genet, Rodrigo García, y un controvertido Tenorio. En el 94, cerramos definitivamente el chiringuito, y me largué a Sevilla, donde desempeñé la cátedra de Dramaturgia en la Escuela de Dirección del C.A.T., y realicé el montaje de Moscú Cercanías, un texto ruso en que se lució Juan Diego. Luego crucé el charco y me fui a Colombia para intentar poner en pie una versión criolla de Fuente Ovejuna, pero la cosa no resultó por falta de presupuesto, así que me volví a la Madre Patria, y cumplí un sueño largos años acariciado: echar las bases de un teatro mesetario. Fruto espúreo de mi obsesión, unas Desventuras conyugales de Bartolomé Morales, inspiradas en los Diálogos del Ruzante, y una Noche de los Asesinos, levantada a pulso por una compañía familiar de Almendralejo.
Un poco harto ya de dar tumbos, expirando el siglo, decidí presentarme a las oposiciones de Dirección de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Me tumbaron, como era de esperar, así que tuve que conformarme con hacer lo propio en la Huerta en condición de interino. Y allí me quedé durante un par de años, rodeado de espárragos, berenjenas y tomates. Con alumnos, profesores y graduados de la Escuela de Murcia, conseguí poner en pie la Fuente Ovejuna rumiada en Colombia. Y con un grupo de amiguetes de Logroño, estrené meses después un extraño texto de Coppi, excéntrico y polifacético autor argentino. Todo esto en el 2002. En el 2003, me presenté de nuevo a las oposiciones de Dirección, esta vez en Murcia, y al tumbarme de nuevo descubrí que Dios -el sistema- no me había llamado por los caminos de la Pedagogía.
La fortuna y el reconocimiento amistoso de Mario Gas, me llevo a parir de nuevo en el teatro con más caché de mi pueblo, El Español. Allí vieron las luces Romance de Lobos, un Homenaje a Miguel Mihura, Desventuras conyugales de Bartolomé Morales, de Ruzante, Los cuernos de Don Friolera, El Balcón y Moscú Cercanías.
Ahora solo me queda un Shakespeare por hacer… No sé si seré capaz, pero ya tengo poco tiempo, las versiones están listas, y no me conformo con menos.
Espero que con Fundación Los Goliardos lo consigamos.